Tokio, la ciudad más grande del mundo |
Marta Gómez Ferrals / Prensa Latina
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Los expertos y la ONU han divulgado cifras fácticas: desde 2008 la cantidad de humanos residentes en las ciudades del planeta -más de 3 mil millones de personas- ha superado por vez primera a la población rural.
Algo más: para 2050, Naciones Unidas proyecta que la población mundial superará los 9 mil millones de personas, de las cuales casi el 70 por ciento residirá en áreas urbanas.
Una concepción tradicional avala a las grandes ciudades como motores del desarrollo.
De hecho, así lo han sido en muchas naciones, en las cuales se crea el 60 por ciento del producto interno bruto (PIB) y el 80 por ciento del crecimiento económico.
Pero ante el avasallador proceso de urbanización del mundo, disparador de las llamadas mega y meta ciudades desde los países del sur, refuerza preocupaciones e interrogantes en gobiernos, estudiosos y Naciones Unidas.
Porque bien visible es que el desarrollo incontrolado de la urbanización, ya no sólo en países del primer mundo, viene aparejado de la agudización de los conflictos por la desigual distribución de la riqueza, la inequidad social en general y la agudización de la brecha entre los ricos cada vez más ricos y los pobres cada día más pobres.
Y no son pocos los alarmados por las consecuencias, hoy mismo, o a mediano o largo plazos, de la profundización de esas a todas luces insalvables diferencias en las ciudades del siglo XXI.
Otros datos emitidos por la ONU precisan que más de mil millones de personas sobreviven en barrios marginales de ciudades del llamado tercer mundo.
De modo que ha nacido la pregunta perturbadora de si seguirán cumpliendo el papel de motores del desarrollo económico y social en las descomunales ciudades de hoy y del futuro. Muchos piensan que eso es harina de otro costal y que está en marcha una gran bomba de tiempo.
Un informe de ONU-Habitat, el Programa de Naciones Unidas para los Asentamientos Humanos, registra que las megaciudades son uno de los más importantes fenómenos de este siglo.
Y hay especialistas que ubican su vertiginoso desarrollo entre los problemas de gran impacto en la vida de la Tierra, como el cambio climático, las hambrunas, la crisis económica global, el desempleo, que abruman al hombre actual.
De acuerdo con preceptos de este programa, las megaciudades son aquellos conglomerados urbanos con más de 10 millones de habitantes, aunque otros expertos comienzan a darles esa categoría a las que tienen más de 5 millones.
La ciudad de Tokio, capital de Japón y hoy día la más grande del mundo, entra en la moderna categoría de metaciudad, a la que se suman otras urbes con más de 20 millones de habitantes. Sin embargo, en Tokio y su zona metropolitana ya habitan 35 millones.
Para 2020 habrán alcanzado esa categoría Bombay, Nueva Delhi, México, San Pablo, Nueva York, Dacca, Yakarta y Lagos y sus respectivas zonas metropolitanas.
El dedo acusador de algunos ciudadanos del mundo señala a la globalización como el disparador del número de megaciudades desprovistas de humanismo que proliferan en el mundo, impulsadas por el capitalismo neoliberal, las inmobiliarias y la sobreexplotación laboral y la excesiva privatización.
Los flujos migratorios internos, debido a desplazamientos obligados por consecuencias climáticas o conflictos, o por la depresión de los programas agrarios, son fuentes principales del crecimiento del proceso urbanizador en muchas naciones de países emergentes, que han apostado por desarrollar megaciudades.
También, desde los países más pobres o en lento y obstaculizado proceso de desarrollo fluyen oleadas migratorias hacia las urbes y metrópolis del norte.
En todo el mundo, también considera la ONU que unas 180 mil personas arriban cada día de entornos rurales a las ciudades. Las grandes urbes de África, un continente afectado por la pobreza, crisis de hambrunas y conflictos sociales, resultan imanes de atracción para un número incrementado de personas.
A todos los motiva la esperanza de oportunidades para una vida mejor y a un gran número hasta una perentoria necesidad de supervivencia, algo que ni siquiera imaginan o saben los habitantes de las cultas y estables naciones desarrolladas.
Esos enormes flujos de campesinos o aldeanos emigrantes hacia las grandes urbes de sus países o del norte desarrollado, una vez en estos, casi siempre se ven obligados a mantenerse fuera de la esfera del Estado, porque la economía formal no está en condiciones de absorberlos.
Serán allí ciudadanos de segunda o tercera clases, condenados a hacer los peores trabajos, cuando logran vínculos legales, y sin acceso a servicios de educación o salud.
Muchos estudiosos han alertado sobre la forma desorganizada y salvaje del desarrollo de las megaciudades e incluso de las medianas o más pequeñas. Millones de esas personas deberán habitarlas sin contar con vivienda propia.
Según la OMS, se ha calculado que más de 100 millones de personas, en su mayoría niños, pernoctan en las calles de las ciudades más pobladas del planeta, gracias a alimentos encontrados en basurales. Se codean con los detritus y desperdicios, ocasionadores de muchas enfermedades.
Quién no conoce las chabolas, las villas miseria, las favelas. Las megaciudades acentúan y refinan la polarización social.
Los ricos se aíslan, buscando protección contra los elevados índices de criminalidad y convierten sus barriadas en fortificaciones protegidas con la más moderna tecnología.
Poco o nada se hace para aliviar o mitigar la desigualdad, causa fundamental de la violencia y el crimen de los que tanto se protegen.
Analistas y personas de mediano sentido común perciben la carga explosiva implícita en esta situación, y no cesan de alertar, mientras todavía no se hace lo suficiente, y se aceleran las urbanizaciones.
A las ciudades del mundo se les suman cerca de 200 mil seres humanos cada día, según el informe anual de ONU-Habitat, presentado recientemente en Bruselas. Otro inconveniente de las megaciudades es la contaminación de su aire, el agua y el entorno general. El tráfico eleva la toxicidad ambiental, debido a las grandes cantidades de dióxido de carbono.
ONU-Habitat ha insistido en la necesidad de hacer cuantiosas inversiones para afrontar el desarrollo urbano galopante que predominará, sin freno, en el siglo XXI.
De lo contrario, cada vez se verán más alejados los Objetivos de Desarrollo del Milenio.
Si no se toman medidas, advierten sus expertos, los resultados podrían ser la violencia y el caos.
La actual crisis económico-financiera demuestra que no alcanza con dejar en manos del mercado la concepción de las futuras grandes aglomeraciones urbanas, apunta el programa de la ONU.
Habría que hacer mucho más, claro está. Dedicarse seriamente a cambiar los inoperantes modelos económicos vigentes en el nivel global. Pero mientras eso llega, se podrían iniciar las inversiones en los programas sociales.
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